LAS IDEAS NO SE MANCHAN

ada cierto tiempo nuevos líderes se instalan en el poder por decisión de la “voluntad popular” con un relato propio. Líderes socialistas con discursos trasnochados, otros aggiornados reformistas y, ahora también, aquellos autoproclamados “liberales” y/o libertarios.

Frente a estos últimos, ¿cuál es la postura del liberalismo en tanto ideología política que busca limitar el poder para preservar las libertades individuales?

Sana desconfianza por el poder

El liberalismo históricamente siempre ha desconfiado del poder, así lo han atestiguado diversos intelectuales de la talla de Fréderic Bastiat para quien: «(…) hay en el mundo exceso de grandes hombres; hay demasiados legisladores, organizadores, instituyentes de sociedad, conductores de pueblo, padres de naciones, etc. Demasiada gente que se coloca por encima de la humanidad para regentearla, demasiada gente que hace oficio de ocuparse de la humanidad. Se me dirá: Usted que habla, bastante se ocupa de ella. Cierto es. Pero habrá de convenirse que lo hago en un sentido y desde un punto de vista muy diferente y que si me entrometo con los reformadores es únicamente con el propósito que suelten el bocado» (La Ley, Centro de Estudios Económicos Sociales, Guatemala, 1982, p. 67).

Alexis de Tocqueville por ejemplo, cuando observaba a los Estados Unidos, país  referente de la libertad, manifestaba su preocupación al señalar: «(…) un estado democrático tal como el de los norteamericanos,  ofrecía una facilidad singular para el establecimiento del despotismo y a mi regreso a Europa vi que la mayor parte de nuestros príncipes se habían servido ya de las ideas, sentimiento y necesidades que creaba este mismo estado social, para extender el círculo de su poder» (La democracia en América, México, Fondo de Cultura Económica, México, D.F., 2012, p. 632).

También  Herbert Spencer decía que: «La función del liberalismo en el pasado consistió en establecer límites al poder de los reyes. La función del verdadero liberal en el presente será la de establecer límites a los poderes del Parlamento» (El hombre contra el Estado, Unión Editorial, 2012, p. 224).

En esta misma línea Adam Ferguson, Locke, Montesquieu, Burke, los Federalistas y Antifederalistas, Calhoun, por citar sólo algunos, se preocuparon por el ejercicio del poder y sus necesarios límites.

En el siglo XX Hayek y su propuesta de demarquía, Buchanan y los limites constitucionales al poder del Leviatán, confluyen en la misma idea liberal: la preocupación por limitar el poder.

¿Pero por qué de esta preocupación? La respuesta la tiene el historiador Lord Acton, quien en su Ensayo sobre la libertad y el poder nos advierte de las amenazas a la libertad, ya sea por un gobierno absolutista, la tiranía de las mayorías de mucha familiaridad en nuestro país actual, el burocratismo estatal y, por supuesto, el socialismo y sus variantes.

Todos estos males que, en su momento Acton los advirtió magistralmente, son peligros constantes que amenazan nuestras libertades hasta en estos tiempos, y hay varias lecciones que debemos aprender.

Como bien decía Acton: «(…) en todo tiempo los amigos sinceros de la libertad han sido raros y sus triunfos se han debido a las minorías, que han prevalecido al asociarse con auxiliares cuyos objetivos diferían de los suyos propios; y esta asociación es siempre peligrosa, a veces ha sido desastrosa, al dar a los oponentes una razón para oponerse» (cit. por Friedrich A., Hayek, Socialismo y guerra. Ensayos, documentos y reseñas, Unión Editorial, Madrid, p. 279.).

Y en otro lado señala: «Siempre que un objetivo concreto se convierte en el fin supremo del Estado, ya sea el beneficio de una clase, la seguridad del poder del país, la mayor felicidad para el mayor número o el apoyo a cualquier idea especulativa, el Estado se convierte con el tiempo inevitablemente en absoluto» (cit. por Friedrich A., Hayek, Individualismo verdadero y falso, Cuaderno de divulgación 12, Instituto de Economía de Libre Mercado, Lima, s/f).

Lejos del poder

Cada vez que los que gobiernan son asociados con el pensamiento liberal, el liberalismo como doctrina termina pagando los “platos rotos”. El pensamiento liberal es la responsable de todos los males y errores que se cometen en los gobiernos. Por ello al liberal le corresponde estar lejos del poder.

Hay muchos ejemplos a nivel local e internacional. El Perú y sus reformas de los 90’ con Carlos Boloña a la cabeza del Ministerio de Economía y luego como candidato a la presidencia de la República, apostaba por medidas de liberalización de la economía sin ser efectivamente liberal. No podemos decir que se respetó el carácter unitario de la libertad.

La Argentina de Mauricio Macri es otro claro ejemplo de cómo algunas tímidas medidas liberalizadoras no generarán los cambios necesarios para reencauzar a dicho país por el sendero perdido de Alberdi, y que no es otro que la del liberalismo clásico. Y últimamente Brasil, con el ascenso al poder de Jair Bolsonaro, quien a pesar de su proclama liberal en el campo económico, se tejen serias acusaciones por su sesgo intolerante y persecutor a minorías morales e ideologías disidentes. Nada más alejado del liberalismo.

En todos estos casos, la asociación de estos personajes en su paso por el poder con la ideología liberal termina siendo perjudicial para la difusión de las ideas de la libertad. No podemos permitir que los errores de los que ascienden al poder terminen afectando la credibilidad del liberalismo. Por ello debemos estar vigilantes.

Hayek en su brillante ensayo Los intelectuales y el socialismo, nos plantea la necesidad de ofrecer en el ámbito de las ideas: «(…) un nuevo programa liberal que despierte la imaginación. Una vez más tenemos que hacer del edificio de la sociedad libre una aventura intelectual, un acto de valor. Lo que nos falta es una utopía liberal (…) Necesitamos dirigentes intelectuales que estén preparados para resistir las lisonjas del poder y que deseen trabajar por un ideal por muy pequeñas que sean las perspectivas de conseguirlo enseguida. Deben ser hombres que deseen ajustarse a los principios y luchar por su plena realización por muy remota que esté. Los compromisos prácticos deben dejárselos a los políticos» (Socialismo y guerra, op. cit., p. 281).

Por todas estas razones, no debemos de perder de vista la marca distintiva del liberalismo cuando estuvo en su mejor momento, el poder de las ideas. Sólo así podemos dar la cara frente a los desaires del poder y las debilidades de aquellos autoetiquetados “liberales”. Sólo así podremos ganar la batalla y decir, ¡las ideas no se manchan!

Favio León Lecca

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